Hoy quiero hablarles de una emoción a la cual se le tiene mucha desconfianza, rechazo y hasta prejuicios. En una sociedad exitista donde los logros, el materialismo y el bienestar individual juegan un papel predominante, y la felicidad y realización personal se plantean como el objetivo máximo a cumplir, la tristeza aparece como el enemigo número uno del ser humano, por lo tanto, se trata por todos los medios posibles de evitarla y no darle ni un milímetro de terreno. La gente hoy en día no se permite estar triste, y si aparece este sentimiento se lo disimula, o se realizan diversas actividades para evadirlo, incluso se recurre a los vicios para camuflarlo. Sin dudas la tristeza tiene mala fama por eso se enseña a superarla, y como muchos no pueden hacerlo, se abandonan en ella cayendo en un círculo de depresión y angustia.
Debemos reconocer que existen dos tipos de tristeza, hay una tristeza buena y otra tristeza mala, una que produce muerte y otra que produce vida. Dice la Biblia en 2 Corintios 7:10 NVI ”La tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte.”
La tristeza del mundo es más que conocida, por ella las personas se desalientan ante las adversidades, se angustian hasta los huesos y mueren emocional y físicamente. Pero hay un sentimiento divino, envuelto en papel de tristeza que no debemos rechazar. Cuando las cosas nos superan, cuando nos invade esa sensación de aflicción y desconsuelo, cuando las fuerzas se nos agota y sólo nos queda una chispa de energía que nos lleva a levantar nuestros ojos hacia el cielo y buscar a Dios, sin dudas estamos en presencia de la maravillosa tristeza que precede al gozo.
Dice Proverbios 7:3 “Con la tristeza del rostro se enmendará el corazón” y también dijo Jesús: “Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados”.
Frente a la tristeza no debemos espantarnos, ni mucho menos ignorarla, puede ser el llamado y la oportunidad que Dios nos da para que le busquemos y recibamos de él el oportuno socorro.
Si estás atravesando un momento de dolor y de angustia, vuelve tu rostro en oración a tu Padre celestial, él enjuagará tus lágrimas, sanará tus heridas y te dará un nuevo comienzo. Este es el mejor momento para que te acerques a él con corazón sincero y en plena certidumbre de Fe..